En ella decía que el café era malo de libro, y si bien todo el mundo protestaba, yo era el único que lo hacía públicamente. Pedí ayuda para cambiar esto y todos me dieron la espalda: estaba solo y nada iba a conseguir.
Y por eso decidí el asalto al poder mediante un golpe de Estado. O lo que es lo mismo, hablé con otro de mis jefes y le expuse el problema, pero lo hice sólo mío, como si fuese yo el único que no le gustase el café, aunque dije que a nadie le gustaba pero no lo decían. Le dije claramente que el café que servía la máquina era una porquería. Me escuchó atentamente y, oh milagro, la siguiente vez que vino el que cargaba la cafetera con cápsulas el jefe habló con él y trajo dos tipos nuevos de cápsula, uno de las cuales estaba bastante bien. Ya con el de la máquina convine personalmente qué tipo de café quería yo, y además aproveché para decirle que nadie se iba a quejar porque la gente se bebería brea si se la pusiesen de café.
Y ahora es cuando yo sólo, con un sólo general, he conseguido lo que quería, que no es otra cosa que un café medianamente decente.
No espero que nadie me lo agradezca aunque el fin haya sido bueno, pero no dejo de imaginarme el paralelismo que tiene esta situación a cualquier otra relacionada con decisiones mucho más importantes dentro de la misma empresa, no ya dentro de la política de Estado.
Acordaos, un sólo soldado convence a un solo general. Y los demás, a tragar y a callar. Así nos va.
By Harald Hoyer from Schwerin, Germany (Coffee Beans Uploaded by russavia) [CC-BY-SA-2.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0)], via Wikimedia Commons, así, del tirón, CTRL+C |