DESCRIPCIÓN

Tiralalira es un blog que como su propio nombre indica, trata sobre todo en general y nada en particular.
Aquí encontrarás de todo un poco: es mi cajón desastre informático que como en mi cabeza, ideas mil bullen...
Podrás ver gastronomía, deporte, ciencia, entretenimiento, denuncia, cultura, opinión y cualquier otra cosa que me llame la atención, no necesariamente por ese orden.

Por último, el nombre del blog quiere ser un reflejo de la sociedad que tenemos actualmente, en la que ante cualquier situación que no nos afecte directamente, la actitud (salvo honrosas excepciones) suele ser la de silbar mirando para otro lado. Tiralalira, tiralalira.......


lunes, 31 de octubre de 2011

El Monte de las Ánimas


Cuando yo tenía trece años (entonces en la extinta EGB) nuestra profesora, aprovechando la cercanía de la festividad de Todos los Santos-Halloween era una cosa rara de países muy lejanos-, nos leyó un cuento. Nos dijo que pertenecía a un escritor español llamado Gustavo Adolfo Bécquer y que había escrito un relato ambientado en esa noche, esta noche, la madrugada del 1 al 2 de noviembre.
La historia se llamaba "El Monte de las Ánimas", y cuando empezó a leer toda la clase permaneció muda, atenta a las inflexiones de la voz que hacía, imprimiendo todavía más misterio a la narración. Cuando acabó, todo el mundo se quedó aterrado del final tan sorprendentemente siniestro, y nos quedamos tan callados que la profesora se rió de nuestro miedo. Sólo hizo falta una buena oradora y un público ávido de historias de miedo para helarnos la sangre hasta los huesos.
Así que aquí os dejo el relato, espero que os guste...


El monte de las ánimas[Leyenda soriana. Texto completo]Gustavo Adolfo Bécquer
     La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.     Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
     Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.
     Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.
I
     -Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.
     -¡Tan pronto!
     -A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.
     -¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
     -No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.
     Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.
     Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:
     -Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.
     Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.
     Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.
     Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.
     La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.
II
     Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.
     Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.
     Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
     Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.
     -Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-; pronto vamos a separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.
     Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.
     -Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?
     -No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.
     El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:
     -Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?
     Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
     Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.
     Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:
     -Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.
     -¿Por qué no? -exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:
     -¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?
     -Sí.
     -Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.
     -¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.
     -No sé.... en el monte acaso.
     -¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de las Ánimas!
     Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:
     -Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche... esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.
     Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:
     -¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!
     Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
     -Adiós Beatriz, adiós... Hasta pronto.
     -¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.
     A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.
     Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.
III
     Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
     -¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.
     Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.
     Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
     -Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.
     Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.
     Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio.
     Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.
     -¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?
     Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
     El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.
     Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.
     Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!
IV
     Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.


Al leerla de nuevo, aún se me ponen los pelos como escarpias, brrrrrrrrrrrrrrr.

NOTA: Copiopego de http://www.ciudadseva.com: no sé si deja hacerlo o no, pero como en todo caso el relato no es suyo, se lo fusilo y por lo menos le hago publicidad....;-)



Actualización a 4/11/2011: efectivamente la noche de difuntos es del 1 al 2 de noviembre, puesto que el 1 es Todos los Santos, y el 2 es Fieles Difuntos.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Chicxulub

Hoy en mi microondas, ha caído un meteoro de impacto, como en Chicxulub


Cagonlafutadoros, última vez que caliento un huevo duro en el microondas.

Güelga decir que he sido sometido a tortura psicológica hasta que lo he dejado asín:



Como los chorros del oro.

Nota del editor, o sea yo: no he querido cocer el huevo directamente en el microondas, ya estaba cocido de antes. Sólo quería calentarlo.

miércoles, 19 de octubre de 2011

¿El final de ETA?


Como ya todos sabréis a estas alturas de película, en estos días se ha celebrado en San Sebastián una conferencia en la que, como principal punto, se ha pedido a ETA que deje las armas. No es nada nuevo que se haga esta petición, pero sí quienes la han hecho:

- Gerry Adams, líder del Sinn Féin y uno de los artífices -a pesar de su pasado-de que hoy en Irlanda del Norte no haya más muertos
- Bertie Ahern, ex primer ministro irlandés y también un actor destacado en el proceso de paz de Irlanda del Norte
- Gro Harlem, ex primera ministra de Noruega, el país líder según el índice de Desarrollo Humano (+info)
- Kofi Annan, ex secretario general de la ONU.
- Jonathan Powell, diplomático inglés y asesor de Tony Blair en las conversaciones de Irlanda del Norte

En fin. Qué decir.
Hoy, cuando iba al trabajo estaba escuchando la radio y en éstas han leído las portadas de varios periódicos escritos.
- ABC
- La Razón
- El Mundo

En fin. Qué decir.
Desde que son pregoneros de ETA, pasando por día de la infamia, y acabando con que están "al servicio de ETA". En la cárcel hay gente por decir cosas más suaves. Pero esto, amigos, es España.
La cosa ya venía caliente cuando González Pons ha dicho que "estos extranjeros"  "no tienen ni puñetera idea".

A nadie se le escapa que en un mes tenemos elecciones generales, que ETA está a punto de caramelo en parte por los palos que le ha dado el Ministerio del Interior, y en parte porque se ha dado cuenta que así no van a ningún lado. Que en cuanto apuesten-como ya lo han empezado a hacer- por vías exclusivamente políticas, puede que algún día lleguen al poder y desde allí trabajen para conseguir sus ideales.
Y no es menos evidente que todo esto al PSOE le viene de perlas, siempre y cuando el anuncio del fin de ETA se haga antes del 20 de Noviembre. Podrán escribir sobre la piedra que fueron ellos los que terminaron con una sangría que dura ya más de treinta años, treinta años de sangre y muertos, y en cuyo caminar ha habido treguas fallidas, incluyendo la del famoso Movimiento de Liberación Nacional Vasco.

Rubalcaba es un tipo muy inteligente, un auténtico superviviente. Sabe que ésta es una baza demoledora, capaz de derretir el voto más recalcitrante del PP en uno al PSOE, tan necesitado ahora de votos tras una desastrosa gestión. Y bien sabe el PP que la banda le ha procurado muchos votos, gracias a su férrea posición y beligerancia en su contra. Luego esto sería ganarles por la mano.

Así que la caverna ha sacado artillería pesada y ha decidido atacar así caigan mujeres, niños, ancianos, mutilados o lo que sea, porque lo que se juega es nada más y nada menos que el Poder, una mayoría tan absoluta como la de González en el 86 -según los sondeos-y que, si es incluso más holgada, podría significar el control total: reformar la Constitución, jueces en el Supremo, Leyes.... una orgía para cualquier alimaña política.
Las cartas están sobre la mesa y boca arriba. Ahora nos toca a nosotros.



En todo este lío, no quiero dejar de recordar a D. Jose María Aznar que ha dicho una verdad como un templo tachando a los indignados como irrelevantes. Es cierto, si observamos los resultados electorales de este mismo año en las elecciones municipales.
Opino como Rinze, "si la indignación no llega a las urnas, pueden guardarse las alforjas de este bonito viaje"


Ale, a tomar por culto.


PD: El de la foto de arriba no es ningún abertzale, es Rodin.


Actualización a 20/10/11-19:34 horas: ETA ha anunciado el "cese definitivo de su actividad armada".

martes, 11 de octubre de 2011

Caperucita roja

¿Adónde vas, Caperucita?
- A casa de mi abuelita.
- Y, ¿qué llevas en la cestita?
- Pues llevo tostadas y miel.
- ¿Y de beber?
- ¿De beber?. ¡Orujo!
- Orujo orujo, por el c*l* te la estr*j*.

Versión campechana del famosísimo cuento que todos hemos oído alguna vez, pero que no deja de tener su origen en el terror a tener una visión como la de la fotografía cuando no hay ningún cable de 10000 voltios que nos separe entre un ejemplar de Canis Lupus y nosotros.

Foto hecha en el parque naturalístico de Lacuniacha, en Piedrafita de Jaca, más o menos donde Cristo perdió la sandalia.
Pero eso sí, la vista de Peña Telera lo merece, ¿o no?

lunes, 3 de octubre de 2011

Zumaia

Zumaia es una pequeña localidad de la costa vasca, muy cerca del Zarautz del televisivo Arguiñano. Se puede ir de una localidad a otra por la carretera de la costa, totalmente recomendable si se quiere disfrutar de las vistas de unos acantilados muy peculiares llamados flysch, que consisten básicamente en estratos de sedimentos que por diversos avatares geológicos ahora se encuentran en superficie mostrando capas superpuestas, y no precisamente horizontales sino casi verticales.

Playa de Itzurun - Zumaia

El caso es que el otro día pasamos el día allí y le hice una foto a este cartel, que explicaba la formación de tan curiosos acantilados.

Cartel a la entrada de la playa

No sé si se ve en la foto, pero si aguzamos la vista vemos que las bandas verdes de la parte superior indican millones de años, y empiezan a contar hace justo 65,5. Cuando se extinguieron los dinosaurios.
Si leemos el cartel, nos dice que en el sedimento correspondiente a esa época encontramos una fina capa negra, y que se sospecha que es debido al polvo generado por el impacto de un gran meteorito en Yucatán. Y no sólo eso, sino que podemos verlo en la cala de Algorri.

Resulta curioso pensar que podemos pisar y tocar el mismo suelo que hollaron los dinosaurios allá por el Cretácico.