Crédito: Wikicommons |
Cuando era niño, esto es, hasta hace un par de minutos, yo siempre creí en los héroes. Más bien en los superhéroes, entes sobrehumanos dotados de fuerza o capacidades fuera de toda lógica, y que siempre vencían a los malos, no menos dotados en poderes.
Una vez dejada atrás la niñez, los superhéroes pasaron a un segundo plano relegados a meros personajes de ficción, sin más pretensión que la de entretener por ejemplo en un videojuego tal como Call of Duty, por citar uno moderno.
La sociedad en la que me muevo también tiene sus propios héroes: los deportistas de alto nivel de todos los ámbitos: futbolistas, patinadores, atletas, nadadores, pilotos de competición.... Son los nuevos gladiadores de la nueva Roma en la que vivimos, los que entretienen al Imperio en el consabido panem et circenses. Por no hablar de famosos en general, actores y tal.
No he venido aquí a hablar de esto, sino a recordar a un verdadero héroe que el próximo 16 de marzo hará exactamente 101 años que murió. Se llamaba Lawrence Oates, y fue integrante de la fallida expedición de Scott por ser la primera en hollar en polo Sur. Esta expedición efectivamente llegó al polo, pero se encontró que Amundsen había llegado primero. Con las pocas fuerzas que les quedaban a él y al resto de compañeros, y con la amargura de la derrota, emprendieron el viaje de vuelta de 1300 km a través del hielo y las tempestades. Oates se resintió de una antigua herida de guerra, y viendo que era una carga para el resto de la expedición y un riesgo real de que todos muriesen, salió al paso de la eternidad (como cantase Mecano en su canción "Héroes de la Antártida") y abandonó la tienda donde dormían sus compañeros, para morir de frío el día de su 32 cumpleaños.
Dios Salve a la Reina.
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