Pero, oh amigos, sólo venía una foto del resultado. En su momento no expliqué cómo se hacen (know-how en el idioma de chéspir). Así que ahora es cuando va la buena. Esta receta es fácil a rabiar, barata y no hay ser vivo sobre la Tierra que no le guste.
Al loro y no perdáis ápice, que allá vamos:
A lo primero necesitamos los correspondientes ingredientes:
- 3 huevos de gallina
- anís (no granos de anís, anís líquido)
- 1 sobre de levadura royal
- aceite de oliva
- azúcar
- harina
- 1 vaso y un bol grande
Bien, la medida de todo es el volumen que ocupan los tres huevos, tal que asín:
Fijaos en que he marcado con rotulador hasta dónde le llegan los huevos, je je je. |
Sale un poco turbio porque aproveché un chupito inacabado que tenía en el frigo desde el día anterior |
Bien, todo al bol al que echamos el sobre royal.
Ahora empezamos a batir todo bien batido hasta que quede tal que de esta guisa:
¿Y la harina? Pues ahora es cuando vamos añadiendo harina a pocos a pocos, y vamos removiendo:
Seguimos añadiendo harina poco a poco y la cosa va cogiendo consistencia:
Y llega un momento en que las varillas se doblan de pura resistencia que ofrece la masa, así que utilizaremos una cuchara de acero toledano:
Ahora viene la parte delicada, que es el punto sacto de harina. Iremos añadiendo (y removiendo) hasta que la masa quiera empezar a despegarse de las paredes del bol y verteremos la masa al mármol, previamente enharinado. Es una masa pegajosa y muy dúctil, habrá que manejarla con las manos bien enharinadas.
Y empieza la orgía rosquística, iremos cogiendo pedacitos de masa y formaremos las rosquillas, que dejaremos sobre papel de horno para que no se apeguen.
Y preparamos una auténtica PISCINA de aceite. Esto es necesario pues al freír las rosquillas éstas no deben tocar el fondo de la sartén, pues si no se quemarían. Si tenéis una freidora mejor que mejor.
Preparamos la cadena de montaje en la que destaca la bandeja llena de azúcar que veis. Pues tiene truqui.
A freír se ha dicho. Observad que al dejar las rosquillas sobre el aceite se van al fondo, pero enseguida suben y flotan. Deben hacerse a fuego medio
Y cuando estén por un lado, se les da la vuelta:
Ijjjjjjssssss. Se me han dorado un poco. Las bien hechas de verdad salen sin dorar, por eso es importante regular el fuego a la temperatura exacta, y también el tamaño de la rosquilla influye pues una rosquilla más pequeña se hace en menos tiempo y recibe menos calor. Y si la rosquilla es demasiado gruesa, corremos peligro de que no se cocine bien por dentro.
Bien, ahora viene el truqui del almendruqui. Cuando saquemos las rosquillas debemos echarlas a una bandeja repleta de azúcar para que se pegue bien. Es muy importante hacer esto con las rosquillas muy calientes, pues en frío no se pega el azúcar y saldrán sosas. Sí, nos quemaremos un poquito los dedos.
Y así, con todas las rosquillas que nos salgan. Que vive Dios, no son escasas. Conforme vamos rebozando en azúcar unas, se van friendo otras y hay que darles vuelta en la sartén. En un no parar.
Y por fin, el resultado ya mítico:
Por DIOS!!!! Estas rosquillas no se consiguen por ahí ni pagando mucho dinero, ni en textura ni en sabor. Receta 100% casera a tope de toda la vida.
Por la mañanita del domingo, con una copita de anís, y ya pueden venir los almogávares que os va a dar igual. Podéis morir con la conciencia tranquila de haberlo hecho todo en esta vida.
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