DESCRIPCIÓN

Tiralalira es un blog que como su propio nombre indica, trata sobre todo en general y nada en particular.
Aquí encontrarás de todo un poco: es mi cajón desastre informático que como en mi cabeza, ideas mil bullen...
Podrás ver gastronomía, deporte, ciencia, entretenimiento, denuncia, cultura, opinión y cualquier otra cosa que me llame la atención, no necesariamente por ese orden.

Por último, el nombre del blog quiere ser un reflejo de la sociedad que tenemos actualmente, en la que ante cualquier situación que no nos afecte directamente, la actitud (salvo honrosas excepciones) suele ser la de silbar mirando para otro lado. Tiralalira, tiralalira.......


lunes, 22 de noviembre de 2010

Peleas callejeras

Las peleas callejeras han existido desde siempre, como medio de resolver-no siempre con justicia-disputas entre personas. Son la forma rápida de despachar un agravio, un insulto, un desprecio o simplemente un no me gusta tu cara.

Ayer fui testigo de una mientras esperaba al autobús, de madrugada todavía de noche. Como tantas otras veces, dos jóvenes de veintipocos eran los que se estaban repartiendo lecciones de Kierkegaard. Bueno, la razón absoluta la llevaba uno de ellos, que propinó muchos más golpes-dados con auténtica saña y que sonaban con terribles crujidos- que el otro. Cuando terminaron, el “razonador” se fue mirando hacia atrás con mirada de odio, y el “perdedor” se levantaba del suelo tocándose la boca.
Y lo que más me impresionó fue las miradas de todos nosotros, paralizados por el miedo, impávidos sin hacer nada, sólo mirar. Ni siquiera nos preocupamos por el que se palpaba las heridas, tan sólo vimos lo que pasó y punto.

Contado así tan crudamente se me puede tachar de cobarde, así que a lo mejor es que no me he explicado bien.
La pelea había comenzado con unos simples agarrones por ignoro qué motivos, y en un momento pasó a mayores. Los dos hombres-me resisto a llamar chicos a dos adultos de más de ochenta kilos-vestían ropas modernas, pero de factura barata queriendo pasar por buena. Uno de ellos llevaba una gorra puesta del revés, y advertí por sus rasgos que no era de raza blanca. El vencedor. Alguien con pintas de no tener mucho que perder.

Así que la ecuación se resolvió en un instante para todos los presentes: de haber intervenido, a cualquiera de los púgiles le hubiese dado igual repartir un poco más de su verdad, con imprevisibles consecuencias, a excepción claro está de una denuncia que en el mejor de los casos pasa por una multa al agresor y el vivir con miedo una buena temporada, porque todos nosotros sí que teníamos algo que perder. Bueno yo por lo menos, y el resto tenía pintas de que también.

Por lo cual no me extraña que luego pasen cosas como que la ultraderecha sea capaz de ir a la segunda vuelta de las elecciones francesas, de que en Austria sea un partido con mucho poder, de que en el norte de Europa los partidos radicales cosechen cada vez más votos. Tal y como ocurrió en Alemania en el 33.
Cuando la justicia no es capaz de garantizar que puedes ir sin miedo por la calle, cuando un mequetrefe es capaz de amedrentar una población como en el caso de Sandra Palo, cuando un desgraciado se ríe de un país entero cuando hace remover miles de metros cúbicos de tierra buscando a Marta del Castillo, y no pasa nada, es cuando se crea el caldo de cultivo para la aparición de políticos radicales y populistas que se aprovechan del miedo de la gente para auparse al poder.

Y los políticos moderados hacen lo mismo que hice yo, mirar hacia otro lado, pues ellos también tienen algo que perder, pues se les tacharía de racistas, de utilización del aparato de cuerpos de seguridad del estado, de fascistas, o de qué sé yo. Y eso cuesta votos, y los votos valen sillones desde donde se reparte la manteca. Así que también miran hacia otro lado cuando un ciudadano no para una pelea por temor a exponerse a un golpe o a un botellazo en la cara. Y que el agresor termine yéndose de rositas.

Así que no creo que sea mucho pedir a todos nuestros políticos que si tienen que utilizar los medios que la sociedad les damos para evitar ese miedo, que los utilicen por encima de sus propios miedos, pues lo que quiere cualquier ciudadano es sentirse seguro, pero no a costa de nuestra propia libertad.

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