DESCRIPCIÓN

Tiralalira es un blog que como su propio nombre indica, trata sobre todo en general y nada en particular.
Aquí encontrarás de todo un poco: es mi cajón desastre informático que como en mi cabeza, ideas mil bullen...
Podrás ver gastronomía, deporte, ciencia, entretenimiento, denuncia, cultura, opinión y cualquier otra cosa que me llame la atención, no necesariamente por ese orden.

Por último, el nombre del blog quiere ser un reflejo de la sociedad que tenemos actualmente, en la que ante cualquier situación que no nos afecte directamente, la actitud (salvo honrosas excepciones) suele ser la de silbar mirando para otro lado. Tiralalira, tiralalira.......


miércoles, 12 de septiembre de 2012

Historias de Boston

Wikipedia Commons



José se levantó a las 6 en punto. Se dio una ducha rápida y se preparó el desayuno mientras escuchaba la radio. Tostadas con aceite de oliva. Era lo único que le quedaba ya de su primera infancia, el único sabor que día tras día le recordaba la niñez en España.

Levantó la mirada hacia el imponente skyline de Boston, que apenas se veía a través de la bruma de aquella mañana de junio. Con media sonrisa pensó que en Muriel quizá hoy también habría niebla.
Revisó las notas del día anterior y se puso el traje y el abrigo que Caroline le había regalado el día que obtuvo el título en medicina, y que sabía que en realidad lo había pagado papá gracias a un trabajo extra en una fábrica de pescado. Caroline entonces no tenía un dólar y menos para costear un atuendo como aquél.

En la calle abrió el paraguas y comenzó a caminar. Se paró a los pocos pasos y decidió cerrarlo: quería que la lluvia mojase su pelo y su rostro, como borrando lágrimas antiguas. No tardó mucho en llegar a su consulta donde la eficiente Ellen ya le esperaba para ponerle al día acerca de la visita concertada. Tras unos minutos de conversación, José cambió de idea.

-          Tómese el día libre, Ellen. Es viernes y esta semana ha sido muy dura, con todo este jaleo, ¿verdad?.
-          Mr. Joseph, ¿está usted seguro?. Hoy viene ese cliente tan importante que…
-          Sí, Ellen…es que verá, como usted dice, es un cliente importante y que desea la máxima discreción, ¿entiende?. Y yo debo cuidar a mis clientes. No se preocupe, yo arreglaré todo y el lunes todo estará bien. Gracias y hasta la semana que viene.
-          Pero…
-          Gracias, Ellen.

Cuando Ellen salió a la calle todavía estaba pensando si todos los españoles eran así, tan desorganizados. Recordó cómo la secretaria personal del cliente la había llamado casi de un día para otro para pedir cita-casi exigiéndola-con ese joven doctor que tan espectaculares avances había hecho en investigación oncológica. Y en un inglés desastroso. Pero aún se sorprendió más cuando Mr. Joseph hizo anular todas las visitas de hoy para atenderle. A clientes de lo mejor de Boston era difícil darles plantón, pero al doctor Joseph podía perdonársele esto: era el mejor, desde el primer curso lo fue.

José la miró por el amplio ventanal y vio cómo se alejaba. Abrió un armario y sacó unas banderitas: la española y the Stars and Stripes juntas, sobre una peana de madera. Eso impactaría encima de la mesa del despacho, era casi como una bienvenida oficial. Al lado puso una foto de la iglesia de Muriel en la que estaba él con sus padres y su hermana mayor. Un toque kitsch en una consulta ultramoderna.

Diez minutos más tarde de la hora convenida, sonó el portero automático y la pantallita se retroiluminó dejando ver al asistente personal de don Álvaro, que iba cogido de su brazo. Apretó el botón y mientras esperaba no pudo dejar de sentir un escalofrío…”El mismísimo don Álvaro en mi consulta”…
Cuando llegaron, José se armó de su mejor sonrisa y con el fonendoscopio asomando del bolsillo de su bata abrió la puerta y recibió a la pequeña comitiva: don Álvaro, el asistente y el escolta.

-          Don Álvaro, cuánto gusto estrecharle la mano. Pase por favor, no se quede ahí. Hizo un ademán con la mano y señaló una sala de espera para los acompañantes, mientras cogía del brazo al paciente.
-          Así que es usted el doctor José. ¡Vaya!, es más alto que en las fotos.
-          Dicen que es la comida americana. Mucha carne, ya sabe.
-          Hombre, ¿pero no es usted español?
-          Sí, pero ya llevo aquí muchos años y vine de muy niño. Gran país, América.
-          Desde luego, es la tierra de las oportunidades. Y de los mejores doctores, me han dicho.
-          Está usted en buenas manos, don Álvaro.

Pasaron al despacho y José le ayudó a sentarse en el sillón para los pacientes, mientras bajó un poco la luz.

-          Sin rodeos, José. Al grano. ¿Qué ve en las radiografías?¿Los análisis? Me hice las pruebas antes de coger el avión hacia aquí, así que más recientes no pueden ser.
-          Sí, tengo todo aquí, en el ordenador. Y lo he estado mirando estos dos días. Detenidamente.
-          ¿Y…?
-          Existe una terapia. Muy cara. Pero existe.
-          ¡Dios santo!. Es la primera vez que oigo eso en todos estos meses de infierno. ¡Malditos incompetentes!.
-          No se ponga así, don Álvaro. Es una línea en la que estamos investigando ahora mismo y es muy reciente. Mis colegas al otro lado del charco no pueden conocerla aún. Faltan diez años para eso.
-          ¿Entonces?¿Me tratarán aquí?¿Cuándo?
-          Nunca, don Álvaro. Nunca jamás - y recalcó con una mirada gélida la inesperada voz ronca con que lo dijo.
-          ¿Pero cómo?¿Quién se ha pensado que es usted para hablarme así?¿Es que no sabe quién soy yo?
-          Lo sé perfectamente. Tanto como que usted va a morir muy pronto, tanto que podía haber muerto incluso en el avión que le ha traído a mi casa.
-          ¿Pero qué es esto?¿Un circo?..¡Cómo se atreve!
-          ¡Escuche!- José le empujó de un manotazo al sillón del que se había levantado. Usted no está aquí por casualidad, nada de todo esto es casualidad. Mi clínica es puntera en investigación y por eso está aquí, porque ya sólo le quedo yo.

José se sentó en su sillón de cuero y sacó una fotografía vieja que enseñó a Don Álvaro. Era una niña de poco más de doce años, completamente calva debido a la radioterapia. A pesar de eso, sus ojos azules aún tenían la esperanza de vivir.

-          ¿Sabe quién es? Era mi hermana. Murió a las semanas de hacerse esta foto. El día que la hicimos supimos que la habían desahuciado, pero mis padres no tuvieron el valor de decírselo. Murió una noche mientras me cantaba una nana, porque yo no paraba de llorar porque tenía mucho miedo. ¿Y usted?... Usted es el ministro que salió en televisión para decirle a mis padres que el país no tenía dinero, que teníamos que ahorrar y trabajar mucho, que eso era lo mejor para todos.
Y cerraron ustedes escuelas y hospitales, porque habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades. Y la sanidad pública empezó a alargar las revisiones, y cuando mi hermana por fin pudo ir a un especialista, ya era tarde. Nos hablaron de un hospital aquí en Boston que nos daba una posibilidad. Mis padres vendieron todo lo que tenían y vinimos aquí, tan sólo para ver morir a nuestra pequeña, a mi pequeña.
Empezamos de cero; de menos de cero. Fue durísimo. Mis padres se dejaron la vida trabajando para que yo pudiese entrar en la universidad, y hoy por fin estoy aquí firmando –por fin, don Álvaro-su sentencia de muerte. Como usted firmó la de mi hermana.



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