DESCRIPCIÓN

Tiralalira es un blog que como su propio nombre indica, trata sobre todo en general y nada en particular.
Aquí encontrarás de todo un poco: es mi cajón desastre informático que como en mi cabeza, ideas mil bullen...
Podrás ver gastronomía, deporte, ciencia, entretenimiento, denuncia, cultura, opinión y cualquier otra cosa que me llame la atención, no necesariamente por ese orden.

Por último, el nombre del blog quiere ser un reflejo de la sociedad que tenemos actualmente, en la que ante cualquier situación que no nos afecte directamente, la actitud (salvo honrosas excepciones) suele ser la de silbar mirando para otro lado. Tiralalira, tiralalira.......


miércoles, 29 de diciembre de 2010

Hospitales

En fechas recientes y por motivos ajenos al caso, he estado en un hospital en calidad de acompañante, que no paciente.

Cuando se es paciente no se pueden ver cosas en esos sitios más allá de la propia dolencia, o como mucho la del compañero de habitación.
Pero en el caso de acompañante es distinto; se acude a un sanatorio como quien va a un museo, se va a ver cosas extrañas y distintas a uno mismo, y por eso se les puede prestar más atención debido al distanciamiento que se tiene respecto de unos señores (y señoras) con bata blanca. Se es más frío, pues no es el propio pellejo el que peligra, y eso se palpa en cuanto se sale del hospital; uno respira aliviado aunque no sea más que por un instante..."no he sido yo el elegido por la Parca hoy".
La rutina del hospital es muy dura, las horas -sobre todo las vespertinas- son interminables, los turnos de limpieza, comida y visita médica son espartanos, y la soledad en muchos casos, espantosa.

El otro día bajé a la cafetería a comer algo, donde opté por un menú de self service bastante decente. Con la bandeja en la mano recordé que no había comprado el periódico, así que comería solo y además sumido en mis propios pensamientos. Y allí, mientras terminaba mi postre, me fijé en un hombre de unos sesentaytantos años que estaba en la mesa de al lado, pero no miraba a nadie. Comía con la mirada perdida en la blancura de la mesa, y masticando lo mismo que si comiese gachas de avena, como un autómata. Cuando acabó, la señora que retiraba las bandejas le preguntó algo y casi ni le contestó de puro abstraído que estaba. Tenía cara de mucha preocupación, con la barbilla apretada cogida con la mano, con el gesto del que se sabe completamente impotente ante las circunstancias, del que sabe que le espera un desenlace trágico.

Mi imaginación supuso una esposa de su edad, ingresada por un maligno huevo de diablo en algún lugar de su cuerpo, cuya esperanza era muy poca por no decir ninguna. Y lo espantosamente solo que se sentía aquel hombre en ese momento, de lo mucho que hubiese dado por no estar ahí ahora, rogando a un Dios que en el momento de la verdad le había fallado.

Jamás sabré si estuve en lo cierto, pero sí pensé de qué pasta estaban hechos todo el personal que trabaja en un hospital, desde el jefe supremo al último barrendero. En la ternura y humanidad necesarias para poder mirar a ese hombre -a cualquiera de nosotros- a los ojos y decirle que todo se acabó, y que hay que aceptarlo y seguir adelante. Y qué es lo que empuja a un jovenzuelo de dieciocho años para decidir que ese será su trabajo.

1 comentario:

  1. Hay momentos en la vida en que te das cuenta de lo insignificantes que somos y lo impotente que te sientes antes según qué circunstancias ...
    Cris

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